TEXTOS

441


441 La imprenta surrealista de Juan Andralis

441 La imprenta surrealista de Juan Andralis

Una tarde de invierno, sonó el teléfono.

Hacia un año que estábamos diciendo a las distintas personas que conocíamos:

“Si ves algún lugar grande, que esté abandonado, llamá”.

Un día, una persona llamó y dijo:

– Anoten esta dirección: Mario Bravo es la calle, y 441 el número. ¡Vallan ahora, vallan ahora!

-¿Pero ahora? ¿Por qué tanto apuro? Dijimos.

– Vallan ahora porque este es el lugar que necesitan. Y Cortó.

Fuimos.

En el trayecto pensábamos en nuestras anteriores experiencias intentando ocupar un espacio abandonado. La última, había resultado ser la casa de un comisario que con unos amigables policías nos dejó en la calle.

Esa tarde había un frío húmedo y caminábamos por la Avenida Corrientes hacia el Barrio del Abasto, una zona que aún conserva el Tango en sus esquinas. Un barrio popular donde subsisten esqueletos de los grandes mercados de la argentina industrial, característico por hospedajes transitorios para inmigrantes y marginales.

Llevábamos con nosotros todas las herramientas necesarias para entrar: una pinza para cortar cadenas camuflada en un estuche de violín, sogas, un hacha y los teléfonos de nuestros abogados.

Desde hacia un tiempo nos vestíamos como obreros de la construcción para poder “trabajar” tranquilos y disimular nuestra entrada.

Al llegar, nos paramos en la vereda de enfrente a observar que sucedía.

Había una extraña calma en el ambiente.

Luego de un rato, nos acercamos hasta la puerta. Había solo un viejo candado oxidado.

Con solo tocarlo, se abrió. Entramos apresurados.

Después de la puerta principal, nos introducimos por un estrecho pasillo de 20 metros y al final nos esperaba una pequeña puerta roja.

Era pleno día pero adentro estaba oscuro. Tuvimos que entrar con unos encendedores para alumbrar, y notamos que era un espacio muy grande, lleno de habitaciones y altos techos. Al caminar tropezábamos con cosas. Decidimos revisar qué había y notamos que el piso estaba lleno de libros.

El primero que levantamos fue un texto de Antonin Artaud. Luego”Los Manifiestos Surrealistas”. Cada libro que encontrábamos pertenecía a algún poeta de los que acostumbrábamos leer.

Esa solo seria la primer sorpresa.

Continuamos con nuestro recorrido.

En los cuartos de atrás habitaban viejas máquinas de imprenta y numerosas matrices y tintas. Se respiraba poesía. Las paredes aun emanaban tinta y se oían como trenes fantasmas, ecos de las maquinas que alguna vez funcionaron allí. Prensas manuales, libros sin encuadernar, montañas de papeles y manuscritos originales se perdían por los rincones.

Investigando comprobamos que allí habían funcionado varias editoriales desde los años 70´ hasta los 90´: Insurrexit”, “El Archibrazo” y “Argonauta”.

En la imprenta se editaron “Dialogo entre un Sacerdote y un Moribundo” del Marqués de Sade,”El Congreso” una edición independiente de Jorge Luis Borges, Manifiestos del mayo francés, las “Cartas a los Poderes” de Artaud, cientos de libros de poetas inéditos y catálogos de arte.

También encontramos extraños objetos como maniquíes y animales disecados, especias culinarias, máscaras y disfraces.

Todo era descubrimiento.

Pero aun faltaba un detalle: saber quién era el dueño de ese lugar.

Pronto nos enteramos que era la imprenta del artista surrealista Juan Andralis, quien había muerto unos años atrás.

El era de origen griego, pero llegó a Buenos Aires siendo un niño.

En el año 1953 viajo a Paris donde conoció a Wilfredo Lam quien le presentó a Andre Breton. Así entro en contacto con el grupo surrealista participando en una exposición junto a De Chirico, Man Ray, Miro y Duchamp.

En 1966 regresó a Buenos Aires para trabajar como diseñador gráfico en el Instituto Di tella (un centro de arte de la vanguardia argentina).

Día a día, como arqueólogos, recorríamos un nuevo tramo de la Imprenta y la vida de Andralis.

Así fue que llegamos a una pequeña habitación ubicada en un altillo donde encontramos numerosos elementos de alquimia, oráculos, cartas de Tarot, bebidas espirituosas, libros de religión de oriente, tableros de Ajedrez, y un cocodrilo disecado líder de la escuela Patafísica.

Entendimos que esta herencia dejada por el Surrealismo avanzaba hacia nuestras mentes y revolucionaba nuestros sentidos.

Una tarde, limpiando una de las oficinas, encontramos una agenda con cientos de teléfonos de poetas y artistas.

Seleccionamos algunos y comenzamos a llamar.

Nos contactamos con amigos de Juan Andralis que sonreían al saber lo que estaba sucediendo en la Imprenta. De tal modo se fue creando un puente generacional que nos permitió tomar elementos éticos y estéticos vividos en las experiencias de otras épocas. Esto fue parte de nuestra formación práctica y espiritual.

Varios integrantes del grupo se retiraron de las instituciones donde estudiaban y dejaron a sus familias para entregarse de lleno a esta experiencia

Creamos laboratorios para experimentar con las distintas disciplinas artísticas buscando que cada uno pudiera compartir sus conocimientos.

Comenzamos a reconstruir el espacio buscando dar a cada área de la vieja imprenta una funcionalidad nueva. Donde estaban las guillotinas, construimos una pequeña sala de teatro. Recibimos de regalo butacas de madera y cuero rojo que provenían de una antigua. Sala. Al instalarlas el espació se convirtió en nuestro pequeño teatro experimental que asemejaba un teatro de guerra, pues el techo se venia abajo diariamente.

En la sala de maquinas ubicamos un taller para artes visuales recuperando las tipografías y las matrices de impresión. Pasábamos largas horas pintando, intercambiando técnicas o planeando las acciones que llevaríamos a la calle. Allí nos inspiramos para nuestra primera exposición colectiva llamada “A Comer” realizada en 1998.

Rearmamos una biblioteca en el segundo piso de la casa, ordenando y clasificando los numerosos libros encontrados: ediciones especiales y en variados idiomas. Hallamos publicaciones que fueron censuradas durante la dictadura militar, manifiestos políticos, banderas de organizaciones revolucionarias, diarios amarillentos con notas subrayadas y boletines políticos de otros lugares del mundo.

Una tarde, intentando construir un cuarto oscuro para fotografía, al correr un enorme armario, notamos que había una puerta en el piso. Luego de sacar el polvo vimos una cerradura. Entre todos forzamos la pequeña tapa con la intención de develar aquel nuevo misterio. Encontramos una montaña de piedras y polvo junto a antiguos objetos que bloqueaban el camino hacia un sótano. Jamás supimos con certeza que “cosa” merecía ser ocultada con tanto recelo en aquella oscuridad.

Entre tantos tesoros también encontramos publicaciones de una compañía de teatro llamada “Teatro Núcleo”. Ellos se habían agrupado como comunidad durante los años 70 y tras el Golpe de Estado de 1976 muchos partieron al exilio. Estos libros hacían referencia a experiencias de educación anti-autoritaria y vías autonomistas de creación. Aquellos textos fueron nuestro material de estudio en el desarrollo autodidacta de la actividad teatral callejera.

Así se fueron mezclando la poesía, el teatro, la música y las artes visuales.

En la casa también había muchos disfraces y materiales de los anos ’40 y 50’. La mayoría de estos los utilizábamos para crear nuestras obras y representar nuestros personajes dando al grupo una estética propia.

Pasaron los meses de trabajo y restauración, cuando nos enteramos que llegaría el heredero de la casa: Pablo, el hijo de Juan Andralis, que se encontraba en un templo budista en Japón.

No imaginábamos cual seria su reacción al ver los cambios que se estaban realizando desde nuestra entrada a la Imprenta.

Esperábamos ese día con mucha ansiedad. De él dependía nuestra suerte en la casa.

El día en que Pablo llegó, entró por el largo pasillo vistiendo un kimono negro, con su cabeza calva. Quedó asombrado al ver los cambios, comenzó a llorar y reír al mismo tiempo, respiró profundamente y dijo: “Esto es lo que papá hubiese soñado. Qué continúe el arte y la expansión de todo este caudal de energía”

Se arrodilló, llevó su frente al piso y recito un cántico oriental levantando sus brazos al cielo como un saludo afectivo.

Así fue como no solo aceptó el proyecto que teníamos, sino que se integró como un miembro más. Luego de este encuentro sentimos mayor impulso para continuar hasta convertir la imprenta en una “casa de sueños”.

realizamos transformaciones en la arquitectura comunicando ambas casas mediante pasadizos secretos disimulados como bibliotecas. También una habitación, al abrir un ropero y correr algunas prendas, permitía el acceso a una salida de emergencia. Otras eran puertas y ventanas falsas que conducían a la nada.

Nuestra idea era buscar la circularidad, en una casa sinfín, generando un recorrido laberíntico por todo el lugar.

El proyecto continuó durante cuatro años expandiéndose hacia la casa vecina. Durante este tiempo no solo funcionó el laboratorio de Etcétera, también el taller de la comisión Escrache de la agrupación H.I.J.O.S.

Pasaron por la Imprenta numerosas compañías de teatro, artistas, talleres literarios y publico que concurría a actividades abiertas.

Así, dada la significación de estos hallazgos y el impulso que encontramos en ese espacio, se abrió al grupo uno de los múltiples caminos marcados por las huellas del Surrealismo en América Latina como fuente de iniciación y destino hacia la metáfora. Una perspectiva que significó para Etcétera vivir bajo una constante revolución, en cuanto a lo espiritual, lo ideológico y lo político. La unión de arte y vida, ha sido la impronta de nuestras prácticas.

Reflexión Final

(o moraleja)

1-El azar objetivo existe y no perdona.

2-No respetar la propiedad privada puede conducir a una revelación.

3-Quebrar un orden preestablecido es un aroma incandescente.

4-Romper un candado es más fácil de lo que piensan, pero abrir una puerta puede conducir a un laberinto sin salida.

5-La llave maestra habita en la poesía.

Etcétera…